La agenda del Caguán recargada

Por: Germán Vargas Lleras para el periódico El Tiempo

Que solicitar la ampliación de la concesión no provoque la cancelación del proyecto de El Dorado 2.

El martes pasado tuvimos una nueva jornada de protesta en las principales ciudades del país. En el centro del debate y de la movilización se encuentra la aspiración del comité de convertir las conversaciones en negociaciones formales. Pero el tema para nada es semántico. No estamos frente a una negociación por cuanto estos grupos –por cierto, cada vez más reducidos y menos representativos– no tienen legitimidad para impulsar a la brava agendas que han sido siempre derrotadas en las urnas. En Chile, entrar a negociar todo, incluso la Constitución, no calmó la tempestad pero sí llevó al Gobierno a perder sus apoyos, incluso el de quienes lo eligieron.

Un análisis de las 104 propuestas no puede dejarnos más que preocupaciones sobre su contenido. Llaman la atención las enormes coincidencias entre esta agenda y aquella que en su momento presentaron las Farc en el Caguán a Pastrana. Allí, por ejemplo, al igual que ahora, se exigía un cambio en la doctrina militar y de defensa nacional del Estado, y también de la Justicia Penal Militar, y el no rotundo a la fumigación.

En el frente Social demandaban, como ahora, el cambio completo del sistema de prestación de los servicios de salud, la eliminación de las EPS y la derogatoria del sistema de aseguramiento. En el ámbito laboral ocurre igual, y se incorpora toda la tradicional agenda sindical, incluyendo ahora como nuevo elemento el retiro de la Ocde. Otros asuntos, como la nacionalización de los servicios públicos domiciliarios, una mesa permanente para coadministrar los temas energéticos y la recompra de las acciones privadas de Ecopetrol hacen parte de estas ‘nuevas’ exigencias, ahora recargadas y que también guardan muchas similitudes, como bien lo señalaba María Isabel Rueda el domingo pasado, con aquella del Eln al inicio de sus diálogos en La Habana. Sobre esta materia, dicho sea de paso, el comité del paro también pide retomar esos diálogos.

Un análisis más detallado de estas tres agendas –Farc-Eln y marchantes– inevitablemente genera interrogantes acerca del origen de la protesta, sus líderes y sus propósitos. Como ya lo señalé, creo que estas movilizaciones tienen el propósito de extenderse hasta las elecciones presidenciales, dentro de una clara estrategia electoral.

Y cómo no referirme a los nuevos protocolos que la alcaldesa mayor de Bogotá y otros alcaldes, siguiendo su orientación, han implementado para el manejo y, diría yo, acompañamiento de las marchas. Yo no puedo entender cómo después de haber visto paralizado el servicio de transporte en amplias zonas de la ciudad, de registrar 15 estaciones de TransMilenio y 37 buses vandalizados, de haber visto en vivo y en directo cómo agredían a piedra a agentes de policía indefensos, y verlos correr impotentes y atemorizados por grupos de encapuchados, ahora resulta todo esto en un éxito presentado a la ciudadanía con aire triunfalista. Qué pensarán los policías heridos, los miles de personas que no pudieron llegar a sus trabajos o los pequeños empresarios que no aguantan un día más de paro.

Dejémonos de cuentos: por encima de las facultades de policía de los alcaldes y sus protocolos están las atribuciones constitucionales del Presidente. Me permito recordar que sigue vigente el art. 189 de la Constitución, que señala como funciones del presidente: “Dirigir la Fuerza Pública y disponer de ella como comandante supremo de las Fuerzas Armadas” y “conservar en todo el territorio el orden público y restablecerlo donde fuere turbado”. El legítimo derecho a la protesta no puede imponerse sobre los también derechos constitucionales al trabajo, a la movilidad, a la educación, a la salud, a la producción y, sobre todo, a la tranquilidad y el orden al que tenemos derecho la inmensa mayoría de colombianos que no estamos marchando en las calles.

La marcha del martes y su manejo, particularmente del secretario de Gobierno de Bogotá, que más parecía el organizador de estas, no son algo de lo que nadie pueda sentirse orgulloso. Muy por el contrario, creo que para muchos, los sentimientos fueron de tristeza e impotencia.

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