¿Qué estábamos esperando?

Por: Germán Vargas Lleras para el periódico El Tiempo

En el marco del estado de emergencia se deben adoptar medidas compatibles con el aislamiento.

En medio de la natural incertidumbre y las preocupaciones que genera la cuarentena nacional decretada el viernes en la noche por el Presidente de la República, los colombianos respaldamos y hemos recibido con alivio esta impostergable decisión.

SCon insistencia sostuve en estos días que ninguna medida, por drástica que pareciera, debería dejar de tomarse. Pero siento que el Gobierno Nacional estaba más preocupado por la situación política que por aquella de la salud pública. No de otra manera podía explicarse la demora en la toma de decisiones que advertí inaplazables, como los aislamientos obligatorios en centros definidos, o tardías, como el cierre efectivo de fronteras y de las operaciones aéreas internacionales. “Todavía no es el momento” escuché decir el jueves a la ministra del Interior, “no hemos llegado a la semana cuatro”. Qué despropósito. Como si nada hubiéramos aprendido de las malas experiencias de España, que con un sistema de salud más robusto que el nuestro vive una situación dramática: se acabaron las camas, las dotaciones, los respiradores y las líneas de emergencia colapsaron. Italia, con más de 600 muertes diarias, ahora lamenta no haber actuado oportunamente. Se equivocó también, y mucho, la Vicepresidenta cuando afirmó que “aquí hay mucha gente apostándole a medidas extremas que no son necesarias”. Qué curioso que hayan sido dos mujeres, por naturaleza llamadas a privilegiar la protección de la vida, quienes hayan asumido esta insólita posición. Por fortuna, el Presidente sí fue uno de los que le apostaron a tomar medidas extremas.

Yo entiendo que tomar esta clase de medidas implica riesgos y sacrificios. No hacerlo y no ejercer un verdadero liderazgo generó esta semana una crisis institucional entre mandatarios regionales y locales y el Gobierno Nacional. Crisis muy indeseable pero en el fondo entendible ante la inacción de las autoridades nacionales y la escasa respuesta a las más que fundadas preocupaciones de alcaldes, gobernadores y ciudadanos.

Públicamente respaldé el simulacro decretado por la Alcaldesa Mayor de Bogotá para este fin de semana. Esta experiencia debería prepararnos para aprender cómo gestionar el territorio y sus infinitas necesidades en la ahora decretada cuarentena. El Gobierno Nacional debió apoyar esta iniciativa desde el principio, así como las de otros mandatarios regionales que, con razón, decretaron el toque de queda y no embarcarse en bravuconadas, amenazas y autoritarismos innecesarios.

Pero el ejercicio del liderazgo que reclama la nación, y que el viernes se recobró de alguna manera, no se iba a conseguir pecando de prudentes sino actuando de manera contundente.

En el marco del decretado estado de emergencia económica y social se deben adoptar de inmediato medidas compatibles con el aislamiento obligatorio nacional. Por ejemplo, dar mayor liquidez al mercado y a los fondos de inversión colectiva, bajar las tasas de interés para créditos a todos los sectores –en particular a la pequeña industria–, flexibilizar los contratos para evitar una masacre laboral, aplazar las contribuciones y el pago de impuestos a los pequeños empresarios, alivio a créditos e intereses de las deudas actuales y ampliación de plazos, entre otras. Estas decisiones no hay que anunciarlas más. Hay que tomarlas ya.

En el frente de la salud, las cifras de potenciales contagios son alarmantes. ¿Será cierto que en los próximos meses más de 2 millones de colombianos podrán ser contagiados? ¿Que 550 mil tendrán una afectación severa y 187 mil pasarán por un estado crítico? Aun con los escenarios más optimistas, las unidades de cuidados y los equipos de respiración asistida serán insuficientes. Si el objetivo es liberar entre 6.000 y 9.000 plazas, habrá que habilitar todas las clínicas, crear salas de aislamiento y fortalecer el esquema de cuidados domiciliarios dentro del modelo de medicina familiar que tantas veces hemos propuesto.

Si bien proteger los ingresos, el empleo y la actividad empresarial son importantes objetivos, el Gobierno por fin ha dado muestras de tener claro que la prioridad ante esta pandemia es la protección de la vida y no otra.

“La fatalidad de los buenos propósitos es que siempre llegan demasiado tarde”. Wilde.

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